En 2019, Amanda Anisimova sorprendía al mundo eliminando a Simona Halep en Roland Garros con apenas 17 años. Lo que parecía el inicio de una carrera meteórica se interrumpió de golpe: la muerte repentina de su padre la sacó del circuito y la sumió en una profunda crisis emocional. Tenía solo 21 años cuando decidió alejarse del tenis, afectada por el duelo y el desgaste psicológico.
“Luché con mi salud mental y el agotamiento, necesitaba un respiro”, confesó entonces. En el tiempo alejada del deporte, Anisimova se volcó al arte: comenzó a pintar y vendía sus obras para causas benéficas. “Fue lo único que me ayudó en uno de los momentos más oscuros”, contó en una entrevista con The New York Times.
Su regreso comenzó en 2024, lejos de los flashes. Volvió como la número 373 del ranking, muy lejos de su mejor nivel, pero con otra cabeza. “Encontré una nueva pasión por el tenis que antes no tenía”, dijo.
Este jueves, en Wimbledon, la historia cerró un círculo impensado: venció 6-4, 4-6 y 6-4 a Aryna Sabalenka, la número 1 del mundo, y se metió por primera vez en la final de un Grand Slam. Jugará contra Iga Światek en busca del título.
Hoy, Anisimova tiene 23 años, está entre las 10 mejores del mundo y ya superó los 6.5 millones de dólares en premios. Pero su mayor victoria, según ella misma, fue otra: recuperar su salud mental y volver a amar el juego.