Durante años, buena parte de la dirigencia política justificó sus decisiones -y contradicciones-apelando a la necesidad de "derrotar al kirchnerismo". Ese argumento, repetido hasta el cansancio, funcionó como escudo y coartada. Pero hoy ya no alcanza. Aunque el kirchnerismo no haya desaparecido, está en su inevitable faz declinante.
Cristina Kirchner enfrenta un evidente ocaso biológico, judicial y político. Insistir con su regreso como amenaza real es una ficción útil para quienes se benefician con la grieta. Una coartada narrativa que, en el caso del PRO, encubrió la falta de voluntad política y la decisión de entregar más de dos décadas de construcción política a cambio de pocos y marginales cargos en listas ya absorbidas por LLA.
Agitar el posible regreso de los K fue parte de una polarización funcional, alimentada por ambos lados, que terminó consolidando una grieta extorsiva e improductiva. Paralizó el debate, impidió acuerdos básicos y, en buena medida, explica muchos de nuestros fracasos. Y lo más grave: con esa polarización, se le da oxígeno político a un kirchnerismo en retirada, levantándolo artificialmente como única oposición.
Pero el problema de fondo no es el kirchnerismo, sino la orfandad del centro político. Ese espacio democrático, sensible, republicano y con vocación de poder está vacante.
El PRO, que alguna vez insinuó ocuparlo, se entregó sin resistencia y terminó como furgón de cola de un proyecto ajeno, que desprecia los consensos, degrada al Estado y erosiona la división de poderes.
Reconstruir no es volver atrás, ni elegir entre extremos. Es animarse a construir algo nuevo, con voluntad de poder, ideas claras, cuadros sólidos y sentido institucional.
Y conviene decirlo sin rodeos: la estabilidad del modelo económico actual -y la continuidad de reformas vitales-dependen, en gran parte, de que exista una alternativa de centro confiable, que pueda ser vista como futura opción de poder frente al Gobierno de Milei.
Esto implica la posibilidad de cambios de signos políticos sin saltos abruptos, tal como existe en las mejores democracias de occidente. Si esa alternativa aparece, el modelo se fortalece. Si no, la polarización terminará asfixiando todo intento de cambio.
Lo pertinente, entonces, ya no sea preguntarse que hacer con el kirchnerismo, sino quienes se atreven a construir una alternativa para los argentinos que rechazamos tanto el populismo del pasado como el autoritarismo antisistema del presente
Ese es el desafio político central de esta etapa.