Por Marcelo Pacífico

La paradoja del triunfo que asustó

La polarización se consolidó como el principal motor del voto argentino: entre la bronca, el desencanto y las emociones negativas, Milei capitalizó el hartazgo social mientras el peronismo, pese a ganar en Buenos Aires, terminó allanándole el camino.
La polarización se consolidó como el principal motor del voto argentino: entre la bronca, el desencanto y las emociones negativas, Milei capitalizó el hartazgo social mientras el peronismo, pese a ganar en Buenos Aires, terminó allanándole el camino.

En la era de la polarización, votamos más por identidades que por ideas. Elegimos bandos más que propuestas. En ese clima, las emociones pesan más que los argumentos, y la desconfianza se vuelve el motor de la política.

La grieta se transformó —lamentablemente— en una forma de pertenencia. El votante ya no busca soluciones, sino a alguien que exprese su enojo. Así, Milei canalizó una energía acumulada durante años: la de millones que se sintieron estafados por un sistema político que no da respuestas.

Cuanto más descreemos de la política, más nos aferramos a las emociones negativas —enojo, frustración, ira—, las más fáciles de agitar. Es la polarización afectiva: votamos más por rechazo que por convicción.

El triunfo de Axel Kicillof en las elecciones bonaerenses del 05/09 fue un bumerán: una victoria tan amplia que, lejos de fortalecer al espacio K, reavivó el temor a su regreso. Con la economía en llamas, la sensación de descontrol y la agitación en medios y redes, ese resultado fue un punto de inflexión, determinante para el triunfo de La Libertad Avanza el domingo pasado.

Comprender las emociones, los miedos y las sensibilidades de los electores será clave para cualquier fuerza política que aspire a gobernar.

El peronismo ganó en las provinciales de PBA, pero ese triunfo terminó allanándole el camino a Milei.

La fuerza de las paradojas.

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