En la era de la polarización, votamos más por identidades que por ideas. Elegimos bandos más que propuestas. En ese clima, las emociones pesan más que los argumentos, y la desconfianza se vuelve el motor de la política.
La grieta se transformó —lamentablemente— en una forma de pertenencia. El votante ya no busca soluciones, sino a alguien que exprese su enojo. Así, Milei canalizó una energía acumulada durante años: la de millones que se sintieron estafados por un sistema político que no da respuestas.
Cuanto más descreemos de la política, más nos aferramos a las emociones negativas —enojo, frustración, ira—, las más fáciles de agitar. Es la polarización afectiva: votamos más por rechazo que por convicción.
El triunfo de Axel Kicillof en las elecciones bonaerenses del 05/09 fue un bumerán: una victoria tan amplia que, lejos de fortalecer al espacio K, reavivó el temor a su regreso. Con la economía en llamas, la sensación de descontrol y la agitación en medios y redes, ese resultado fue un punto de inflexión, determinante para el triunfo de La Libertad Avanza el domingo pasado.
Comprender las emociones, los miedos y las sensibilidades de los electores será clave para cualquier fuerza política que aspire a gobernar.
El peronismo ganó en las provinciales de PBA, pero ese triunfo terminó allanándole el camino a Milei.
La fuerza de las paradojas.