Cada vez que en Argentina alguien dijo que “las formas no importan”, terminamos pagando caro. Gobernar por decreto, repartir fondos sin control o gritarle a la oposición se vendió como eficacia, pero terminó en crisis, corrupción o parálisis.
Las formas son el envase que sostiene el contenido.
Cuando se rompen las reglas para conseguir resultados rápidos, lo que se destruye es el mínimo de consenso que permite sostenerlos.
En la vida cotidiana lo sabemos: sabés manejar, pero sin carnet no podés conducir. Te graduaste, pero sin título ni matrícula no ejercés. Compraste una casa, pero sin escritura pública, no sos dueño. El contenido existe porque hay una forma que lo valida. En política es igual: sin formas, el fondo se pierde.
Cuando no se respetan, el gobierno puede mostrar el “pan para hoy”: decisiones rápidas, sensación de autoridad, incluso medidas populares. Pero si no se apoyan en reglas claras ni en consensos básicos, vuelcan en la primera curva: un fallo judicial, un cambio de mayorías, una crisis política. Y lo que sigue es el “hambre para mañana”: inestabilidad, retrocesos, pérdida de confianza, falta de continuidad en políticas públicas fundamentales.
Los atajos institucionales parecen más rápidos, pero siempre terminan en retroceso. El que cree ganar tiempo saltándose las reglas, después lo pierde reconstruyendo lo que rompió.
La República puede ser más lenta, sí. Pero es el único envase capaz de contener políticas que perduren.