Toda muerte duele, estamos preparados para la vida. Pero cuando la misma es absurda y evitable nos desgarra.

Cuando además es por la impericia, negligencia, desidia o complicidad del Estado que nos debe cuidar, se tiñe de impotencia.

Cuando arranca de cuajo la vida de una nena que recién empezaba a florecer, nos corre un frío por la espalda, no sólo por ponernos en los zapatos de los suyos, sino por el ejercicio, hasta egoísta si se quiere, de pensar que somos padres, hermanos, tíos, amigos, novios.

Porque ahora fue ÚRSULA, pero sabemos qué hay una ÚRSULA cada 20 horas.

Vemos a un pueblo que marcha, absorto, desgarrado, con bronca.

Hoy miramos Rojas. Somos Rojas.

Sentimos que debemos buscar Justicia. Pero es sorda, ¡no la escuchó! Ciega, no la vió. Y muda, cuando habla muchas veces absuelve, baja pena o se vende al mejor postor.

Aún así, seguimos creyendo en ella. La exigimos. La imploramos. No nos cansamos de buscarla, ojalá que jamás lo hagamos.

No nos alcanza con la justicia DIVINA, porque los que no creen también merecen reparación y los que creemos, merecemos una señal ante lo absurdo.

Hay responsables. En primer lugar, esa bestia que levantó el puñal, pero los hay también en los que no la escucharon.

Gritaba... y del otro lado silencio, que paradójicamente hoy es ensordecedor.

Nos vamos convirtiendo en un pueblo primitivo, violento.

¡VIVAS LAS QUEREMOS!

Que el pueblo de Rojas sea el fiscal que nos interpele y que vigile los actos de los juzgadores.

Sobre la memoria de Úrsula que empezaba a volar, pongamos rosas BLANCAS.

Sobre la sociedad, rosas NEGRAS.

Tristes, dolidos, inmersos en lágrimas ajenas que hacemos propias, ÚRSULA ES UN TIRO AL CORAZÓN.

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