LA PALABRA PRESIDENCIAL VS LA DE MAMÁS Y MAESTROS

En las últimas 24 horas, el Presidente de la Nación volvió a hacer uso de su verbo violento, desplegando una batería de insultos que incluyó expresiones como “depravados fiscales”, “orcos”, “parásitos”, “mal nacidos”, “basuras”, “ratas”, “kukas inmundas” y hasta la frase “romper el culo”. Todo esto acompañado de un tono que ya no sorprende, pero que sigue escalando en crudeza.

Frente a esa catarata de agresiones, madres, padres y docentes repiten una frase tan elemental como poderosa: “no se dicen malas palabras”. Una lección que se transmite desde el jardín de infantes y que hoy choca con la máxima investidura del país. La escena es absurda: mientras quienes educan apelan al respeto como herramienta de convivencia, el Presidente utiliza el micrófono del Estado para estigmatizar, denigrar y dividir.

La narrativa es clara: él y los suyos son los buenos, los puros, los que vinieron a salvar al país; todos los demás, especialmente los que piensan distinto, son lacras sociales. No hay matices, no hay debate: hay enemigos.

Lo más alarmante no es solo la violencia verbal, sino el contexto que la sostiene. Los principales medios de comunicación —como TN y La Nación— actúan como si nada pasara. No editorializan, no se escandalizan, no titulan con la misma virulencia que empleaban cuando una expresidenta levantaba el dedo o hablaba con vehemencia. Fingir demencia se ha convertido en política editorial.

La batalla es profundamente desigual. De un lado, ciudadanos comunes que crían, educan, enseñan valores, construyen comunidad. Del otro, un Presidente que no se permite ni una pausa para reflexionar sobre el peso simbólico de sus palabras. Y una platea que lo ovaciona —en muchos casos— compuesta por quienes antes se desgarraban las vestiduras frente a cualquier gesto “autoritario”.

¿En qué momento nos pareció normal que la primera magistratura se exprese como un troll anónimo en redes sociales? ¿Qué significa para un chico de diez años ver que su presidente, ese que debería ser ejemplo, habla como un matón? ¿Y qué implica para los docentes que luchan día a día por formar en el respeto?

La palabra presidencial no es una más. Tiene peso, tiene consecuencias. Cuando desde lo más alto del poder se instala la lógica del enemigo, se habilita una forma de violencia social que ya no distingue entre tuits y realidades. Y cuando los que deberían marcar límites se callan o celebran, el daño es aún mayor

Las mamás y los maestros siguen diciendo “no se dicen malas palabras”.

Pero del otro lado, el grito viene desde arriba. Y lo aplauden.

NO ES SOLO LA ECONOMÍA ESTÚPIDOS.

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