¿Te acordás, hermano, cuando ser periodista militante era algo digno, algo que se bancaba con orgullo, como quien se pone una remera de Los Redondos en una reunión de empresarios?
Eran tiempos gloriosos.
Uno prendía la tele y encontraba periodistas que sabían de qué lado estaban… y no lo disimulaban como si fuera un paquete de yerba uruguaya entrando por Formosa.
Hoy, en cambio, te venden el “periodismo independiente” con más acting que una telenovela turca.
Todos fingen ser objetivos, pero casualmente terminan repitiendo los mismos 10 tuits del CEO y del Presidente, la misma narrativa de “libertad”, que parece tener menos alcance que una FM del interior.
Eso sí, si se te ocurre pensar distinto, ahí sí que te bajan el dedo como si fueras participante de “La Voz”.
Te dan la cicuta servida en un vasito reciclado con hashtag incluido: #NoSosPeriodista #ensobrados .
Y vos ahí, tomando traguito por traguito, mientras te cancelan con la delicadeza de una motosierra.
Pero lo más hermoso es que la verdadera casta —esa que está más ensobrada que influencer en boliche con luces negras— te da clases de periodismo.
Hablan de ética mientras le facturan a tres ministerios y un holding de papel higiénico.
Se indignan porque alguien dice lo que piensa, pero festejan cuando alguien repite lo que les conviene.
Todo muy libre, muy plural, muy “esto no es Cuba pero si pensás distinto te mandan los perros, aunque por suerte alguno con dignidad dice: Ladran Sancho, señal que cabalgamos.
Hermano, hermana, hermane…
No te comas el personaje.
El periodismo no es Netflix: si todos los capítulos tienen el mismo guión, no es libertad, es pauta con glitter
Los sobres, simbólicamente, siguen cruzando oficinas, pasillos y despachos.
A veces lo hacen incluso delante de las cámaras, sin ningún pudor, como si la transparencia fuera solo una puesta en escena. El hijo llora al padre por su muerte en pandemia pero mancha su honra en vivo y en directo. La cría muchas veces sale cruzada.
La ciudadanía ve pasar esas escenas y, a fuerza de repetición, deja de escandalizarse.
Lo anómalo se ha normalizado.
Y mientras tanto, las cuentas bancarias engordan.
Las de siempre.
Las que saben moverse entre despachos y discursos.
Las que entienden que hoy, más que convencer, hay que cobrar