No me la contó nadie, aprendí por necesidad y ese es mi mayor orgullo. En vez de la lata que ilustra estos dichos, llevaba una bolsa de maíz pisingallo para vender pochoclos.

Obvio me hubiera gustado ir a bailar los sábados a la hora en que la cosa se pone linda, pero No. Tomaba un tren en La Plata y me iba a Constitución y de ahí a la cancha. A vender. A trabajar.

Dolía, obvio que dolía. Pero la dignidad no tiene excusas.

No se me ocurrió ir a cortar una calle simplemente porque los vi a mis viejos laburar. No estaba en juego solo mi dignidad sino la de ellos.

Hoy día no puedo admitir un "no se puede" o un "siempre se hizo así", porque el poder o no depende de uno.

Que lo que nos rodea nos condiciona, es cierto, como diría Ortega y Gasset "yo soy yo y mis circunstancias", pero de los laberintos se sale por arriba.

No creo tengamos un destino marcado, sino dos brazos, dos piernas y el poder de pensar. Nada más cómodo que la tranquilidad que da la ignorancia.

Debemos revalorizar la dignidad, y se lo hace aplaudiendo y comprendiendo al lustras botas y al que limpia vidrios, al cartonero y al que vende medias, aunque nos resulten muchas veces incordiosos, porque le están buscando la vuelta.

No eligen el camino más fácil de la delincuencia en cualquiera de sus opciones. Ni la permanente teta del Estado.

Nuestra intolerancia debe ceder ante la búsqueda del otro tratando de salir como puede. No es negocio ser pobre claro está, pero la dignidad no se negocia.

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