En el reciente Congreso del PJ, el gobernador Insfrán, quien lo presidió, en un intento de aglutinar peronistas, como si se tratase de la parábola del hijo pródigo, lanzó la frase: “En el peronismo no sobra nadie”.

Una invitación a que vuelvan a casa en una amnistía que tendrá un efecto contrario.

Tan es así que lo que expresó en Ferro nos transporta al olor a naftalina, como si se tratase del ropero de la abuela Adelina.

No sobra nadie dice sin darse cuenta que los peronistas de a pie gritaron con el sonido que más amplifica: el del voto, muchachos el problema es que sobran muchos.

Sobran los Insaurraldes chorros que humillan la inteligencia de los pies descalzos.

Sobran los Scioli de la vida, acomodaticios inescrupulosos y salvavidas de sus propios intereses.

Sobran los Alperovich, misóginos sentados en el banquillo de los acusados de delitos aberrantes.

Sobran los funcionarios que no funcionaron.

Sobran las reelecciones indefinidas que un día se aprueban y otro no se aplica.

Sobran las mismas caras, como en las figuritas: de las fáciles hay muchas, de las de Messi muy pocas.

Sobran las listas sábana que, como caja de Pandora, ves lo que hay adentro cuando llegan al Congreso.

Sobran las llaves que cierran las Unidades Básicas (alguien reparó que se llaman básicas, es decir imprescindibles).

Sobran las urnas pero si están “bien guardadas” faltan.

Seguro el peronismo que parió la clase media se recupera como tantas veces lo hizo en su historia, porque justamente la clase media lo hace todo el tiempo.

Entre otras cosas, no porque sea necesario sino imprescindible, pero así no cumpas.

Los argentinos desde hace mucho tiempo conocemos el color, lo de Ferro fue en blanco y negro.

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