No estudias, pero es como el Sol: aunque no lo veamos siempre está.
Está vestida de ambo cuando te atiende en el hospital y fue la primera cara que vió tu hijo cuando pariste.
De traje y corbata cuando vas a pedir justicia o a firmar el contrato “hasta que la muerte lo separe” (ponele) en el juzgado.
Está de ingeniero/a en el puente nuevo que hace que tu pueblo no se inunde más, y también estaba en el viejo.
Está ahí en el tablero que diseñó la casa más bonita de tu barrio y las, no menos importantes, del barrio que entregó el Estado.
En el edificio que diseñó y ves a lo lejos cuando vas llegando y te hace sentir “ya estamos cerca”.
Está en el que te inscribió en el monotributo o te presentó esa declaración jurada llena de números que te pidió la AFIP.
En los que te diseñaron las redes y las páginas para emprender ese comercio que siempre quisiste.
En la persona a la que fuiste para bajar de peso y también para subirlos.
En los que no vemos, pero dejaron sus ropas y sus ojos en los laboratorios laburando a destajo cuando un virus amenazó al mundo, está en ese frasco de vacuna, y en todas las que te pusiste antes.
Ahí, en el diseño de esa moto o aquel auto, en el del cohete y del monopatín.
En los micrófonos y la tinta.
En esa peli que aún te emociona, en las letras, los cuadros, en esa estatua que no podés creer, porque es mágicamente arte.
La Universidad está en todos lados aunque no la veamos porque lo damos por hecho.
Nos atraviesa, es imprescindible y mañana está en juego: NO SÉ, FIJATE.