Queriendo o no, siempre están presentes en algún momento de nuestras vidas: ya sea desde el cuadrito con cara de mala, tapándose con el índice la boca, en una actitud desafiante pidiendo silencio. O con la no menos desafiante actitud de una aguja y algodón en las manos, pidiendo que aflojemos la colita.

Con la naturalidad propia de una profesional, para ellas algo normal, nos envuelven la vergüenza con una sonda.

Las vemos tan enormes cuando somos niños y nos tocan las vacunas, esos monstruos vestidos de blanco que sin piedad se las ensañan con nuestros bracitos mientras buscamos la contención de nuestras mamás, sin saber que ambas son cómplices de ese mal necesario.

Ahí están, chamuyeras como pocas cuando nos hablan y hablan para distraernos y de pronto PLAFFFFF nos sacan de un tirón las gasas haciéndonos acordar de sus madres aún sin conocerlas.

Con la chata o el termómetro, con las vendas o sacando los puntos, con la cofia o sin ella, ahí están, son las enfermeras. Las que asociamos al dolor como en lo antes descripto pero también a la vida, porque justamente se las ve en el más maravilloso acto de amor de la naturaleza que es el parto. En el primer llanto y en el primer baño, en la primera peinada a la cachetada como diríamos en el barrio, en la entrega de los niños a sus padres primerizos. Podemos decir que nacemos con ellas y muchas veces también morimos a sus lados.

MIREN SI HAY MOTIVO PARA HOMENAJEARLAS, sí que están en las BUENAS Y EN LAS MALAS.

Y ahora en estos tiempos de PANDEMIA, soldados inquebrantables en la primera trinchera. Aguerridas defensoras contra el virus que no deja de atacarnos.

Ahí están ojerosas, cansadas, mal pagas, mal dormidas. Pero nunca de brazos caídos, como para los más aguerridos soldados primero está la bandera, para ellas primero está el guardapolvo blanco.

Seguramente no tendrán un cero más en el Banelco, pero les puedo asegurar que cuando les contemos a nuestros nietos que hubo un 2020 que nos puso en jaque, que hizo tambalear al rey y a la reina, que las torres flaquearon, que los alfiles no sabían para q lado disparar, los que nunca retrocedieron fueron los peones, esas minas y esos tipos vestidos de blanco, que nunca le sacaron el culo a la jeringa.

¡Feliz Día!

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