Es sabido que se valora y se extraña lo que teníamos y perdimos.

Así nos pasa con nuestros seres queridos cuando la muerte, que siempre gana, nos los arrebata.

Esta vez con el agravante de no poder despedirse, ese dolor se vuelve en tal caso incuantificable.

Con los amores que se van aun sabiendo que otros van a venir. Y nos hacen llorar, como si no supiéramos que amores que matan nunca mueren.

Con los amigos que emigran o que simplemente por los caminos infinitos que tiene la vuelta de la vida, nos alejan un día sin saber bien por qué.

Con nuestros compañeros del colegio, con los de la facu. Con los que parecía que jamás nada nos iba a separar. Y un día en una rotonda imaginaria los perdimos.

Y entonces cuando algún dolor de esos que nos cierra el pecho nos aquejaba por la pérdida, la frase que nace sola, que la tenemos internalizada es: el tiempo todo lo borra.

El tiempo ahora nos sobra, la responsabilidad lo limita.

Las distancias cercanas se volvieron lejísimas.

Extrañábamos sólo lo que se nos iba, este año inolvidable nos hace extrañar lo que tenemos y no podemos ver, justamente por querer seguir teniéndolos toda la vida. Así, morimos por estar con nuestros abuelos, con nuestros viejos, con los amigos.

Añoramos palabras como "juntarnos todos".

El amor que siempre es más fuerte, hizo que al principio por amarlos tanto, nos encerráramos y protegiéramos, sobre todo a nuestros a abuelos. Pero esa misma fuerza hoy parece contradecirse y en su nombre romper las reglas e ir a verlos.

¿Se nos puede juzgar por amar?

Extrañamos lo que tenemos por miedo a perderlo, esa es la enseñanza que nos debería dejar el 2020.

Entender que las cosas más bellas de la vida duran poco. Jamás duro una flor dos primaveras.

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