Las palabras más bonitas y significativas de nuestro rico vocabulario son sin dudas “amor y libertad”. Tal vez por eso son tan difíciles de practicar.

Es más, increíblemente parecen imposibles de convivir.

Son geniales, en estos tiempos donde el género es una preocupación inevitable, las dos son tan bellas que parecen estar por encima de esa discusión mundana, como los dioses.

No son femeninas ni masculinas, menos aún esa cosa de "iques".

¿Se puede amar sin perder la libertad?

Se ama a un hijo/a y se piensa más en ellos que en nosotros mismos, perdí la libertad de priorizarme, de poder soñar sin ellos.

Se ama a los padres (no me hagan escribir “padras”, por las dudas no doy ideas) y se pierde la libertad de tirar del mantel por cuidarlos.

Se ama a alguien y se pierde la libertad de cosas tan simples como apagar el móvil.

Ser libre se elige, enamorarnos se siente, es imprevisto, fuera de cálculo. No sabemos de quién, cuándo ni dónde (por las dudas hay que ir bien peinados siempre jaja).

Nada da más placer que el amor ni nada causa tanto dolor como su fin. O tal vez si, añorar lo que jamás nunca jamás sucedió, es peor.

Es placentera la alegría de andar por el mundo sin ataduras, estar por encima de todo, dejándose llevar por las corrientes sin saber dónde parar, por eso asociamos a los pájaros con la libertad, y nos causan rechazo las jaulas.

El amor es eterno, la libertad es efímera.

Se ama aún después de que el ser amado murió, están llenos los cementerios de flores frescas.

La libertad muere con uno.

Libres y amados o amados y libres es la máxima expresión, la excepción que justifica la regla, la fórmula de la Coca Cola.

Ambas causan placer y eso se comprueba muchas veces, otras veces contradictoriamente, cuando se pierden. Ahí encuentran un común denominador.

No hay mejor acto de amor que dejar libre a quien quiere volar, pero aun sabiéndolo, ¿quién se atreve a abrir la puertita de la jaula?

Comentarios