Hablar bien no cuesta un carajo. Sonó fea la frase, contradictoria al menos. Y si lo es, porque nos enseñaron a hablar de la forma más correcta posible con las pocas palabras de las 88.000 que tiene el castellano, de las cuáles se estima utilizamos 300 diariamente.

Si de ese escaso porcentaje, que desde ya nos hace pobres idiomáticamente, además nos quieren imponer una forma de hablar cuyo sentido no se alcanzó a comprender aún, utilizando X en vez de vocales o E donde debería haber a u o vamos seguro en reversa.

No quiero entrar en el lugar común que algunos pueden ofenderse por no sentirse incluido, pero no nos sonrojamos siquiera con el 50 por ciento de pobreza.

La educación pública ocupada en debatir si el denominado lenguaje inclusivo debe ser parte de las escuelas mientras los estudiantes (¿o debo decir estudiantas para incluir a elles o ellas?) no tienen comprensión de texto, no pueden extraer la idea principal de un párrafo, ven las películas en Netflix traducidas en español porque les cuesta leer los subtítulos a la velocidad de las imágenes, etc.

Resulta un despropósito propio de la involución permanente en la que nos empecinamos en alcanzar con éxito. Lo estamos logrando.

Es entendible que no ocupemos de las minorías, saludable, necesario, pero no nos debemos olvidar de las mayorías.

En las sociedades hay reglas, en la gramática como el idioma también las hay, vaya si las hay, o quien no padeció la materia "lengua" en la secundaria. No sé cómo se llamará ahora: tal vez lengue.

Y había une vez un país que ere le séptima economíe del munde, que dio 5 (CINCO) premios noveles, más Borges y Favaloro. Que la educación ere su fuerte y ere pionere en América Latina, y que entre TODES, TODOS y TODAS, nos ocupames de cambiar. SI LA REVERSA TAMBIÉN ES UN CAMBIO.

PD. Mi sobrinita me dijo el domingo: “Tío, ¿el IDIOMA INCLUSIVO ES DE SEÑAS?”. ¡Qué buena idea SOL, con solo 17!

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